(Los que no hayan visto la película,
corran a verla. Siguen spoilers)
Soy una ferviente admiradora del cine italiano, desde Neorrealismo
al cine social de los 70, pasando por el existencialista Antonioni; con el
maestro Fellini a la cabeza, único e irrepetible pero que forma parte de una
cinematografía con muchos nombres propios, que durante décadas innovó y produjo joyas del cine que
todavía hoy continúo descubriendo.
Lina Wertmüller dirige a Giancarlo Giannini, magnífico y en
estado de gracia, encarna al arquetípico macho, capaz de matar por mantener el
respeto de la sociedad, que hace de su dignidad una forma de vida pero luego
–ah, ¿la vida?-, se encuentra ante el dilema de elegir entre su dignidad o
perderla para poder vivir. Pero,
¿qué es la dignidad para Pascualino?
Pascualino también aprende y cambia, comienza apaleando a su
hermana por prostituta, mata por ella y, al final, no solo acepta que su novia
se haya prostituido para sobrevivir, sino que se casa con ella. Entre la vida y la dignidad, eligió la
vida, pero a un coste muy alto.
Los que conservaron su dignidad, no resistieron, su amigo
Francesco (Piero Di
Iorio) y el anarquista Pedro que encarna Fernando Rey, que resultan
en contrafiguras de Pascualino, seres pensantes que, por serlo, no resisten el
infierno al que son sometidos. El
personaje de Francesco, en especial, una persona sencilla igual que Pascualino,
nos muestra que otra forma de pensar es posible, escapando a un posible
determinismo del entorno.
Es de una gran relevancia estética el uso del montaje
paralelo en el que pasado y presenta parecen confundirse y la historia de
Pascualino se va desgranando. ¿El descubrimiento de que su hermana es
prostituta es antes o después de que él sobreviviese al bombardeo en el tren?
¿Cuál de ellos es el flashback? No
queda claro sino hacia la mitad de la película, en que Pascualino se encuentra
en la estación de tren con un socialista condenado a 28 años de prisión,
mientras que él, convertido ya en “El descuartizador de Nápoles”, recibe solo
12 por insania. Ahí estamos seguros que esta acción es previa a la guerra y,
entonces, el personaje se nos desvela con más profundidad psicológica y ética,
él ya había elegido perder su dignidad –hacerse el loco-, para escapar de una
condena a muerte. No hay, sin embargo, dilema moral para las hermanas y la
novia de Pascualino; ellas se
prostituyen para poder sobrevivir al hambre –o por amor, como Concettina-, pero
nunca pierden su dignidad en lo profundo porque no hay en ellas degradación
moral sino una tarea como otra, para poder comer. Son el contrapunto perfecto a la decadencia de Pascualino.
Es también este dilema entre vida y dignidad que plantea
Lina Wertmüller, tan vigente
siempre y que nos acucia en esta época de modernidad líquida, en que vale la pena
reflexionar sobre los límites éticos que estamos o no dispuestos a cruzar para
poder subsistir.